martes, 20 de diciembre de 2016

HISTORIA DE UNA ESCALERA

Aquí tenéis un reportaje sobre Historia de una escalera.



Y aquí una adaptación para teatro leído, en Radio3, de RTVE.  Para oírla pincha aquí.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

miércoles, 7 de diciembre de 2016

ROMANCE SONÁMBULO. FEDERICO GARCÍA LORCA

Aquí tenéis el romance de Lorca. Se trata de interpretar su argumento. 


Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar 
y el caballo en la montaña. 
Con la sombra en la cintura 
ella sueña en su baranda, 
verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata. 
Verde que te quiero verde. 
Bajo la luna gitana, 
las cosas le están mirando 
y ella no puede mirarlas. 



Verde que te quiero verde. 
Grandes estrellas de escarcha, 
vienen con el pez de sombra 
que abre el camino del alba. 
La higuera frota su viento 
con la lija de sus ramas, 
y el monte, gato garduño, 
eriza sus pitas agrias. 
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...? 
Ella sigue en su baranda, 
verde carne, pelo verde, 
soñando en la mar amarga. 



Compadre, quiero cambiar 
mi caballo por su casa, 
mi montura por su espejo, 
mi cuchillo por su manta. 
Compadre, vengo sangrando, 
desde los montes de Cabra. 
Si yo pudiera, mocito, 
ese trato se cerraba. 
Pero yo ya no soy yo, 
ni mi casa es ya mi casa. 
Compadre, quiero morir 
decentemente en mi cama. 
De acero, si puede ser, 
con las sábanas de holanda. 
¿No ves la herida que tengo 
desde el pecho a la garganta? 
Trescientas rosas morenas 
lleva tu pechera blanca. 
Tu sangre rezuma y huele 
alrededor de tu faja. 
Pero yo ya no soy yo, 
ni mi casa es ya mi casa. 
Dejadme subir al menos 
hasta las altas barandas, 
dejadme subir, dejadme, 
hasta las verdes barandas. 
Barandales de la luna 
por donde retumba el agua. 



Ya suben los dos compadres 
hacia las altas barandas. 
Dejando un rastro de sangre. 
Dejando un rastro de lágrimas. 
Temblaban en los tejados 
farolillos de hojalata. 
Mil panderos de cristal, 
herían la madrugada. 



Verde que te quiero verde, 
verde viento, verdes ramas. 
Los dos compadres subieron. 
El largo viento, dejaba 
en la boca un raro gusto 
de hiel, de menta y de albahaca. 
¡Compadre! ¿Dónde está, dime? 
¿Dónde está mi niña amarga? 
¡Cuántas veces te esperó! 
¡Cuántas veces te esperara, 
cara fresca, negro pelo, 
en esta verde baranda! 



Sobre el rostro del aljibe 
se mecía la gitana. 
Verde carne, pelo verde, 
con ojos de fría plata. 
Un carámbano de luna 
la sostiene sobre el agua. 
La noche su puso íntima 
como una pequeña plaza. 
Guardias civiles borrachos, 
en la puerta golpeaban. 
Verde que te quiero verde. 
Verde viento. Verdes ramas. 
El barco sobre la mar. 
Y el caballo en la montaña.

lunes, 5 de diciembre de 2016

ROMANCE DEL INFANTE ARNALDOS

Dentro de los géneros narrativos existe el subgénero del romance. Se cuenta una historia, aunque en verso. En este romance, la historia es mínima, pero, sobre todo, el final es muy enigmático. ¿Qué creéis que significa?

Os recuerdo que, además de responder, tenéis que proponer un romance.




¡Quién hubiera tal ventura   
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos   
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza   
para su falcón cebar,
vio venir una galera   
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,   
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,   
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,   
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,   
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,   
arriba los hace andar;
las aves que van volando,   
al mástil vienen posar.
 Allí habló el infante Arnaldos,   
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,   
dígasme ora ese cantar.
 Respondiole el marinero,   
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo mi canción   
sino a quién conmigo va.


Anónimo

jueves, 1 de diciembre de 2016

El personaje del farolero en "El principito".

Vamos a comentar el personaje del farolero, y para hacerlo, conviene leer este cuento de Eduardo Galeano:



LA DIGNIDAD Y EL ARTE


Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.
Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera.
Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala.

Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.

HORACIO QUIROGA. "EL ALMOHADÓN DE PLUMAS"

Hoy vamos a leer un cuento de uno de los maestros del género: Horacio Quiroga. En su "Decálogo del perfecto cuentista" dijo cosas como: 

Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
Un cuento es una novela depurada de ripios.


Vamos a disfrutar de "El almohadón de plumas". 


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada… Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst… -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio… poco hay que hacer…
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho  -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.



Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917


miércoles, 30 de noviembre de 2016

EJERCICIOS DE DETERMINANTES

Vamos a hacer unos ejercicios sobre los determinantes que estamos estudiando ahora.

Hay que pinchar aquí:

viernes, 25 de noviembre de 2016

Quiénes son...

Recordad que debéis informaros sobre los personajes que nos salieron en la lectura de Paul Auster El palacio de la luna:

- Julio Verne
- Marco Polo
- Stanley
- Dr. Livingstone

Todos gente muy interesante...


"ÍTACA", DE CAVAFIS.

Aquí tenéis el poema "Ítaca", de Cavafis. Espero que os guste, aunque para eso es importante que sepáis que Ulises tardó diez años en regresar a Ítaca cuando acabó la Guerra de Troya. Su viaje fue toda una experiencia: en el camino se encontró con los cíclopes, con el pueblo de los sobergios lestrigones... 

En los comentarios decidme qué significa para vosotros el poema. 
Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
C. P. Cavafis. Antología poética.
Alianza Editorial, Madrid 1999.
Edición y traducción, Pedro Bádenas de la Peña

Fernando J. López. El reino de las tres lunas.

Hoy nos ha visitado el escritor Fernando J. López, autor de El reino de las tres lunas. 



 El rato ha sido muy agradable, al tratarse de un escritor cercano y muy accesible. Ha confesado secretos de escritor, como que prefiere escribir primero la obra entera y luego retocar. Nos hemos enterado de que la novela, en su primera redacción, era el doble de larga, porque se dedicó a eliminar capítulos; que algunos pasajes tienen mucho de autobiográfico, como el propio personaje de Aldo... Como dice Mario Gutiérrez, "aparte de ser un gran escritor, como ya hemos comprobado, también es una gran persona [...], no escribe sus novelas porque sí, sino que las escribe basándose en cosas que le han pasado a él en la realidad y eso me gustó especialmente porque con esto me di cuenta de todo el sentimiento y de todo el significado real que tienen sus libros."

Ha respondido a todas las preguntas, curiosidades, inquietudes de los alumnos, como "¿por qué se convierten en piedra y no en cristal?", "de dónde sacas los nombres de los personajes?"... e incluso ha tomado nota de sugerencias como: "deberías escribir una novela de terror."  Ha prometido dedicarla a nuestro centro, si alguna vez la escribe. Estaremos pendientes.

martes, 22 de noviembre de 2016

martes, 1 de noviembre de 2016

José Agustín Goytisolo: "El lobito bueno"


Canción protesta. 
Cantada por Paco Ibáñez.


RUBÉN DARÍO. "EL REY BURGUÉS"

Podéis leer este cuento de Rubén Darío, titulado "El rey burgués", en el que aparece el tema del arte y el dinero, como en la novela que estamos leyendo. Lo comentaremos en clase.



Para leerlo, pinchad aquí.

lunes, 31 de octubre de 2016

TALLER DE LITERATURA 1.


Debes inventar un relato empleando, al menos, cuatro de las siguientes palabras


MARZO
POLEN
JUEGOS
PLANTAR
MARTILLO
ZAPATILLA
CLARIDAD
COLMILLO


María Gripe Los escarabajos vuelan al atardecer

Una gran novela.


Se puede leer aquí

EJERCICIOS SOBRE RECURSOS LITERARIOS

1.- Localiza el recurso literario que, de forma esencial, aparece en cada uno de los siguientes mensajes:

§         El rascacielos acariciaba las nubes bajas. 
§         En bus ves por donde vas. 
§         La tarde caía como una losa gris.
§         Las ventanas abrían sus párpados a la aurora.
§         Un relámpago subrayó el ronco rugido de la tormenta. 
§         Parecían las álamos leves aleteos de mil pájaros blancos. 
§         El sol era un pan de oro entre las palmeras-
§         Abrieron sus ojos los luceros y se cerró el alma de los niños. 
§         Las hojas susurraban un silencioso no sé qué. 
§         El folio nos susurra mil imágenes: 
§         La aurora dejó en el seto perlas matutinas.
§         La jirafa es un caballo alargado por curiosidad. 
§         Un libro es un pozo de letras ordenadas.
§         La oruga es el ferrocarril más pequeño.
§          Las paredes de la casa me gritan tu ausencia.
§         Con el ala aleve del leve abanico.
§         Donde dije digo, digo Diego.

2.- Localiza, al menos, un ejemplo de los siguientes recursos en el soneto:  Personificación, metáfora, epíteto, metonimia, comparación, hipérbaton

La rosa y el ruiseñor
La rosa, emperatriz de la hermosura,
que brinda al sol sus labios encendidos;
la que arrastra a los céfiros y nidos
endechas rebosantes de dulzura;

La rosa de opulenta vestidura,
que es gloria y embriaguez de los sentidos
y en los verdes jardines florecidos,
cual rojizo relámpago, fulgura.

La que aroma las noches de verbena,
fue, del mundo en la espléndida alborada,
más nívea que la cándida azucena.

Pero Adán fijó en ella la mirada
y palpitante y de rubores llena,
la blanca rosa se volvió encarnada.


                                               Manuel Reina