Y aquí una adaptación para teatro leído, en Radio3, de RTVE. Para oírla pincha aquí.
martes, 20 de diciembre de 2016
HISTORIA DE UNA ESCALERA
Aquí tenéis un reportaje sobre Historia de una escalera.
Y aquí una adaptación para teatro leído, en Radio3, de RTVE. Para oírla pincha aquí.
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miércoles, 14 de diciembre de 2016
EN TORNO A UN AUTOR: ANTONIO BUERO VALLEJO
Estos son los temas que vamos a distribuir entre la clase
para trabajar. En el caso de la vivienda, la moda y la alimentación, hay que
sacar ejemplos de Historia de una escalera, por lo que tendremos que leer, al
menos, algún fragmento.
Tras cada tema os pongo los enlaces que podéis utilizar.
Vida y obra de Buero Vallejo:
Viviendas de Madrid
Moda
Alimentación
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miércoles, 7 de diciembre de 2016
ROMANCE SONÁMBULO. FEDERICO GARCÍA LORCA
Aquí tenéis el romance de Lorca. Se trata de interpretar su argumento.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
*
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
*
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
*
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
*
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.
*
Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.
*
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
*
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
lunes, 5 de diciembre de 2016
ROMANCE DEL INFANTE ARNALDOS
Dentro de los géneros narrativos existe el subgénero del romance. Se cuenta una historia, aunque en verso. En este romance, la historia es mínima, pero, sobre todo, el final es muy enigmático. ¿Qué creéis que significa?
Os recuerdo que, además de responder, tenéis que proponer un romance.
Os recuerdo que, además de responder, tenéis que proponer un romance.
¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
las velas trae de sedas,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
Marinero que la guía,
diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
Allí habló el infante Arnaldos,
Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,
—Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondiole el marinero,
Respondiole el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
—Yo no digo mi canción
—Yo no digo mi canción
sino a quién conmigo va.
Anónimo
jueves, 1 de diciembre de 2016
El personaje del farolero en "El principito".
Vamos a comentar el personaje del farolero, y para hacerlo, conviene leer este cuento de Eduardo Galeano:
LA DIGNIDAD Y EL ARTE
Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los
que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no
tienen con qué.
Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una
lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en
Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había
nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos
sumaron el acomodador y la boletera.
Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público,
trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a
sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y
vida; y fue una maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala.
Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.
HORACIO QUIROGA. "EL ALMOHADÓN DE PLUMAS"
Hoy vamos a leer un cuento de uno de los maestros del género: Horacio Quiroga. En su "Decálogo del perfecto cuentista" dijo cosas como:
- Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.
- No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
- Un cuento es una novela depurada de ripios.
Vamos a disfrutar de "El almohadón de plumas".
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y
tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella
lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando
volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta
estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba
profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses -se habían casado en abril- vivieron una
dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido
cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de
su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus
estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas
de mármol- producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el
brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes,
afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra,
los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera
sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No
obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún
vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su
marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de
influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía
nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba
indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la
mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los
brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el
llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose,
y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una
palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día
siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma
atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé -le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz
todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada…
Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse
una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más
desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio
estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el
menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda
la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable
obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y
proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que
caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y
flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con
los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y
otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando
fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se
perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán! -clamó, rígida de espanto, sin dejar de
mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio
un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a
mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó.
Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide,
apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de
ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber
absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras
ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron
largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst… -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un
caso serio… poco hay que hacer…
-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó
bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado
de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no
avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi.
Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre.
Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un
millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó
más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que
le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de
monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la
colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró
sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el
dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el
delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos
de Jordán.
Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a
deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay
manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez.
Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la
cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato
de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se
quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que
los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con
él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las
plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la
boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo,
entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal
monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le
pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había
aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de
aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción
diaria del almohadón había impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la
joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco
noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual,
llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana
parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los
almohadones de pluma.
Cuentos de amor de locura y de muerte, 1917
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